Navegando, meciéndome entre ondas de música, aparto los acordes y escalas pasajeras y vislumbro el sonido eterno. Nada se mueve ni está inmóvil, el espacio es incomprensible, las dimensiones están olvidadas. El éter de estas zonas, más allá del cénit, despide una luz plateada, y las estrellas responden con fogonazos titilantes que dibujan coros muy lejos de la realidad. La luz más pura es cosechada con amor por las delicadas corrientes de los espíritus peregrinos.
Respuesta de la deliciosa luz es este oleaje rumoroso, esta respiración sin origen. Es el vaivén de cada partícula elemental y de cada estructura formada por ellas, una a una; sumando sus latidos crean una brisa cargada de ciclos y hermosos sistemas. Y yo, que navego como ente limitado entre las ondas de la música espacial, adorno cada nota con una emoción y cada escala con una historia.
Así, regalo el disfrute a la belleza inapreciable. Ofrezco sentido a la maravilla inconsciente y con mi mirada creo ardientes paraísos.
Vibración (Daniel Henares Guerrero)
