Arrastraba un miedo que le llevaba a dar tumbos de un lado para otro. Sin cruzar una calle hasta tener la siguiente enlazada. Su miedo era tan visible como su ausencia. Jamás se había comprometido a llegar hasta el final del camino. Deambulaba, rodeado de edificios viejos, usados, nuevos, en venta, alquilados… Tan sólo una vez regresó por el mismo sendero. Esperando que algo fuese distinto, el viajero seguía igual de incompleto, vacío e impenetrable.
Lo observé desde el otro lado de la calle, como de costumbre, sintiendo tristeza.
“Si algo se va, no vuelve aunque regrese” – dijo, en la única ocasión que cruzamos algo más que palabras.
Y entonces lo comprendí. Ni él ni yo habíamos vuelto. Quizá nunca habíamos estado allí.
El viajero (Isabel Chapela Lorenzo)
