Ella era de esas que hacía que los enamorados se mordieran el labio. De esas que te encuentras por la calle y te preguntas si respirará el mismo aire que tú. Era sonámbula en sus días buenos, y a veces la amnesia se apoderaba de ella en las tormentas de su mente. Era el relámpago del arte, el veneno, el suspense. La asesina. Ella escribía. Pero todo lo que nacía era devastador. Se construía a sí misma sobre poesía inestable, con versos que no encajaban, con rimas sin gracia, con muerte en las metáforas. Nunca supo escribir un final feliz, ni un principio, ni un párrafo. Pero escribía. Dejó la obra de su vida sin acabar. Pero la dejó. Su vida no había sido perfecta, pero había sido, al fin y al cabo.
Ella era un verso imperfecto (Adrián Calorano Ponte)
