Recién inició mi adultez, comencé a decirme que no estaría mucho tiempo más en esa ciudad en que crecí. Me lo dije muchas veces. Hoy suman veintitrés meses estando fuera de allí. Pero ahora ya no me gusta donde estoy. Quiero irme.
Aunque aquí tengo a Isabella. Cuando estoy con ella casi no puedo apartar mi vista de las curvas que delinean sus labios. Sus bordes se van haciendo cada vez más finos, y cuando en la orilla se juntan, crean una comisura definida, muy fina, que se mezcla y se pierde delicadamente en el colorcito de sus mejillas. Cuando sonríe brillan sus ojos, brilla su cabello, y siento que también yo. Y el sexo. Eso con ella es un vuelo libre, despreocupado, muy elevado e intenso. He soñado que cuando llegamos al punto de fundición, juntos, nos convertimos en un imponente cóndor que rompe el viento y planea para siempre.≫
≪Te sentías igual con Elena, y ahora estás con ella. Te he escuchado la misma historia una y otra vez.≫
≪Lo sé. Es el maldito miedo al arraigo.≫