Anita ya no quería ir al colegio porque las asas de su mochila eran cadenas y pesaba demasiado. Ir a la escuela era una pesadilla por culpa de una mosca. No la dejaba en paz en ningún momento y la hostigaba de forma sistemática. Montañas sonrientes de estiércol alimentaban y animaban a la mosca desde sus pupitres.
Pasaron los días y la masa mefítica creció. De ella brotaron nuevas moscas obedientes a la mosca reina.
Un día, Anita regresó a su casa y se encerró en su cuarto. Al encender su portátil, miles de moscas saltaron a su cara amparadas en el anonimato. Se metieron en sus ojos provocando llantos, en la boca provocando asfixia. Salió de la habitación y decidió jugar al escondite con las moscas como rivales.Ganó, porque nadie la volvió a ver.
Anita ya nunca será Ana y ahora pasa lista desde el cementerio donde grita presente cuando alguien lee su lápida. Todo por una insignificante mosca a la que dieron alas, que nunca debieron haber alimentado y mucho menos dejar evolucionar de larva