Cuando la camarera posó el café sobre la mesa, levanté la mirada del periódico y reparé en que le temblaba el pulso. En ese momento, leía una noticia que hablaba de la misteriosa sustracción de material radiactivo del hospital Meixoeiro de Vigo. Pero dejé de leer y le pregunté a la camarera qué le pasaba. “Son las navidades”, me dijo. Ah, pensé. Tiene nostalgia de su país: Ecuador, Perú, quién sabe. “No”, me dijo ella, que ya se había metido en mi cabeza. “Es que mañana es el primer domingo en el que abren todas las tiendas, y por eso el jefe nos obliga a abrir la cafetería todos los días, de lunes a domingo. Estoy jodida. Ni un día de descanso”. “Tranquila”, le dije. Cogí el abrigo y extraje un frasco con un líquido incoloro. Se lo entregué a la camarera, con la instrucción de que vertiera unas gotitas en el gin tonic que el jefe se tomaba todas las tardes. Ella sonrió y se fue, mientras yo volvía a la noticia de la sustracción de material radiactivo del hospital Meixoeiro, de Vigo.
Una ayuda inesperada (Óscar Montoya Martínez)
