—¡Mírate, maldito seas! —gritó enfurecido—. Contempla en este espejo en lo que te has convertido. ¡No! Ni se te ocurra agachar la cabeza ni mucho menos cerrar los ojos. ¿Sabes el sufrimiento que has provocado? Sí, lo sabes muy bien. Todo esto es por tu culpa. A esto hemos llegado. Ya no me queda nada. Pero eso va a cambiar. Te lo aseguro. No volverás a hacer daño a nadie más. Ella tenía razón. Si sólo la hubiera escuchado, esto no habría pasado. Sin embargo, la ignoré como un necio, ¡por ti! Ahora me arrepiento de ello, pero ya es tarde, mi viejo amigo. ¿Qué? ¿Ahora estás llorando? Pobre infeliz. Eso no te salvará. No pienso perdonarte. Aunque, lo que sí que haré, será poner fin a tu sufrimiento.
Apuntó el cañón de la pistola hacia su sien. Echó un último vistazo a su propio reflejo en el espejo. Las lágrimas le recorrían las mejillas. Cerró los ojos.
—Gracias —dijo sonriente antes de desplomarse en el suelo.
¿Estás hablando de Rajoy?