Cuando el último náufrago consiguió subir a bordo, se oyó como un quejido bajo sus pies. Al principio nadie hizo mucho caso porque el barco de rescate era grande y de apariencia robusta. Todos fueron muy amables. Con sus humanitarias sonrisas y sus cálidas mantas reconfortaron sus húmedos cuerpos, relajaron sus cansados músculos y les hicieron creer que el tiempo se estiraba, alargándose sobre el agua. Todo fue bien, hasta que el suelo volvió a crujir. Esta vez, el casco se abrió en dos al paso de una grieta que corría por la cubierta. Replay pensó: «¡No creo que pueda aguantar otro naufragio!» y, agarrándose cada cual a lo que buenamente pudo, fueron a dar con sus huesos en el agua. Luego llegó la espera, cuando el tiempo, casi detenido y rodeados de agua sus minutos, trajo el milagro. Un barco de rescate acertó a verlos y pudo sacarlos de aquel acuático infierno, uno por uno. Cuando el último náufrago consiguió subir a bordo, se oyó como un quejido bajo sus pies…
El último náufrago (Joaquín Romero Zambrano)
