Una noche, dos amigos, Will y Bill, se juntaron en la casa de Bill, cita en el 800 de la calle Lane, en un Pueblo llamado Tammerlane.
Se sentaron uno frente al otro, en un cuarto, con sillones, música y tevé encendida, para charlar hasta la hora que menos importe.
Entonces, debido a cierta necesidad, cierta célula estalló en electricidad, y esa electricidad recorrió una y otra célula, hasta que llegó a alguna parte del cerebro de Will en donde se comandaba el habla:
– Tengo hambre.
– Pidamos algo.
Rotaron algunos grados, y sus globos oculares y cuerpo apuntaron a la ventana de persiana alta y vidrio cerrado. Detrás del vidrio, la llovizna, el viento, el frío, y la peor noche de mierda del año.
– ¿Vendrán?
– Por algo es que sale más caro que cocinar uno mismo.
Bill desenfundó su maldita garrapata, la cual estaba casi injertada a los riñones. Marcó los números y aguardó.
– ¡Tomo su pedido! – dijo la voz vía microondas.
– ¡Comida! – dijeron los amigos a coro.
– Ya
El tren de la alegría (Federico Tarantola)
