Por la ventana se filtraba el olor a lluvia y tierra mojada. Cuando sonó el primer trueno la muchacha de ojos grises ya había salido de su casa.
Cogió el último tren que aún llevaba pasajeros y se sentó en el único compartimento que no estaba vacío. Entonces la muchacha de ojos grises se encontró con lo que ellos llamaban «extraños». Era la primera vez que conocía a uno.
Cuando el tren emprendió la marcha ambos se sonrieron y se desearon suerte. A través del difuminado cristal se adivinaban los oxidados escombros de la ciudad.
El tiempo pasó en un silencio denso y oscuro hasta que los vagones comenzaron a frenar.
Cuando se detuvieron del todo, la muchacha de ojos grises salió del compartimento con el «extraño» pegado a su espalda.
Tras abandonar el andén les esperaría el exilio.
Tren (Juan Carlos Ordás Coria)
