El incómodo cadáver de procurador de la propiedad le tiraba horriblemente de la sisa. Era un traje que siempre le había quedado estrecho, lastrando sus movimientos; impidiéndole pensar. Cada mañana se vestía con aquella horrible prenda, deseando únicamente que el día terminase para podérselo quitar y cambiarlo por un vestido hecho a su medida. Por una prenda que no le ahogase bajo el yugo de una existencia vacía, gris e impuesta por su propia cobardía. Un traje con fular y lentejuelas en lugar de corbatas anodinas. El traje de Salomé, maestra de ceremonias, vedete y bailarina.
Trajes a medida (Fernando Díez)
