Nuestras miradas se iban perdiendo entre los cánticos de la noche, mientras la poesía que entonaban mis labios buscaba encontrarse con los suyos.
Un momento de silencio nos invadió a ambos mientras seguíamos mirándonos, desnudos, soberbios y distantes.
Y fue justo cuando mi mano encontró a la suya en que se desataron nuestras más contenidas y reprimidas emociones, aquellas que por mucho tiempo habían estado escondidas en el sótano de nuestra inocencia.
Nuestras miradas, que hace un instante se encontraban dispersas y perdidas, se volvieron a encontrar. Entonces supimos que el momento había llegado, era la hora de la verdad, aquello que tanto habíamos anhelado tenía que pasar.