Había desistido de volar, de intentar despegar con sus sucias alas de cartón de la rota cancha de fútbol. Lo había descubierto en no sé qué cómic, él soñaba ahora con teletransportarse. Más rápido. Ese paraíso de colores, de dibujos, que veía en la tele quedaba muy lejos. Y era también más fácil; su compañero de pupitre el curso anterior lo había hecho, días atrás, llevándose todo consigo. Al paraíso, le dijeron. Una mañana tranquila de verano le llegó un mensaje al padre: debían desalojar el edificio. La innúmera familia huyó con lo puesto. Él, escondido, con su mejor camiseta, esperaba nervioso. Sonaron fuegos artificiales. Hubo temblores. A los pocos minutos el niño palestino fue teletransportado; lo que él no imaginaba era que lo hiciera al gélido reino de las estadísticas, al número anónimo y apretado al que fueron todos los que como él desaparecieron de Gaza una tranquila mañana de verano.
Teletransportado (Sadi Amro)
