Comenzó a ritmo suave, haciéndose sentir poco a poco, con la ternura que siempre la caracterizaba. Con ojos cerrados, disfrutaba imaginando sus bellas formas, en cada momento, cambiantes. El golpear de mi pulso, acompasado por sus movimientos, se aceleró con un súbito giro suyo. Quería tocarla, como siempre. Y como siempre, ella no me lo permitía.
Tras largos pero cortos segundos, otro giro, oyéndola cada vez más placentera y complacida, llenando con su aliento mi oído. Poniendo el vello de mi nuca en punta, recorriéndome tan súbito escalofrío. Anulados el resto de sentidos, aislado del mundo, creando uno nuevo que ella envolvía. Alcanzando el Nirvana con su clímax, y el cénit con su culmen. Cayendo, apagándose. Llegando el silencio.
Y de nuevo del mundo, el ruido. Porque sin música, sólo debería existir silencio. Y sin silencio, el resto es ruido.
Terpsícore (Jose Luis Mellado Valle)
