Como decía la canción de Cecilia, ella siempre se quejaba de que su marido nunca fue tierno, que era el mismo demonio.
Ahora, a nueve de noviembre, cenando sola y con un ramito de violetas sin tarjeta sobre la mesa, sonreía contrariada:
– Quizá me equivoqué.- Pensó mientras hundía el cuchillo en el tierno asado, con la suavidad con que entra en un bloque de mantequilla.
Ternuras (Javier Molina Palomino)
