Mis padres me criaron y cuidaron con una dedicación que siempre me regocijó. Recién ahora, en esta prematura vejez, siento que tal vez no fue con amor. Pero no es un reproche: era lo que sabían hacer, lo que las condiciones del medio les imponían. ¿Egoísmo, temor? Querían lo mejor para mi, los alimentos más sanos, el abrigo en los inviernos, el aire fresco y sin contaminar en los veranos. Me enseñaron a disfrutar de la naturaleza, rodeado de flores. Me vistieron como a un príncipe para que todos, de lejos, me admiraran. Me dieron la música y con ellos aprendí a cantar para expresar mi felicidad y compartirla. Me hicieron fuerte, y viví aferrado a ese mundo de paz, evitando cualquier viento traicionero, cualquier albur. Me dijeron que, para ocultarme de los malos pensamientos y de los cazadores furtivos, me quedara quieto. Siempre al cobijo de mi frondoso árbol, en mi rama.
Lástima que no me avisaron que yo era un pájaro. Ahora es tarde, se me fueron los años, y ya no me atrevo a volar.
Tarde (Eduardo Fernández)
