Lo soltó mientras retiraba la mascarilla reafirmante de mi rostro: «Cierro el negocio, cambio de actividad» Di un respingo imaginando los desastres que eso provocaría en mi cuidada madurez. No entendía las explicaciones a tal atrevimiento pero una palabra me sentó en la camilla ¿Tanatoestética? ¿De qué demonios, con perdón, me estaba hablando? Un frío mortal me estremeció al confesar que llevaba años ejerciendo en secreto esa profesión y que sus habilidades se las disputaban las aseguradoras ¿Esas manos habían masajeado mi cuerpo? Un frío mortal me invadió. Me arropó con un albornoz y me mostró un álbum de fotografías. Yo me resistía a mirar pero la curiosidad me mata. La belleza de lo que vieron mis ojos nubló de tal modo mis sentidos que al día siguiente llamé a mi aseguradora de decesos. Desde ese momento practico con distintos labiales, desde el rosa fucsia hasta el rojo bermellón en busca del más acertado para la última foto de mi vida ¿o la primera de mi muerte?
Tanatoestética (Gloria Acosta)
