Es necesario sudar el dolor como se sudan todos los sentimientos anclados en las venas, despacio, en pequeñas dosis, trabajando cada gota como si fuera la única, la última.
Sentirlo resbalar por tu piel, ya extracorpóreo, ajeno, decirle adiós con cariño por lo que deja atrás, tus restos, tú mismo en el interior de un cuerpo que ni siquiera reconoces, pero que sigue en pie, ahora más liviano.
Saborearlo una vez más, suicidamente, como corresponde a las despedidas, recordar la sal que contiene, especial, asesina, sal de la que seca la vida, cuartea, quema. Recordar que ese fue tu destino en otro tiempo que ya no es este, desde hoy -que es siempre-. Recordar los días de boca amarga, de labios agrietados, de manos muertas, recordar que el olvido ya no es un sabor a mar abandonado.
Es necesario sudar el dolor con todas las fuerzas de las que dispongas porque, al final, al evaporarse por fin, siempre te quedará una suave sensación de frío, de aire renovado, de volver a comenzar.
Es tan bonito lo que leo en «Noches de luna llena» que a veces no puedo evitar que una lsgrima me traiciones y me encuentre llorando.