Teniéndolo justo donde lo quería, Serro se colocó a su espalda, tripa contra nuca. Utilizó la mano izquierda para inmovilizar la cabeza del fulano y con la derecha frente a ella, giró la muñeca suavemente hasta encontrar lo que buscaba en el reflejo de la cuchilla de barbero. Aquel pedazo de mierda lloraba. Perfecto.
Se irguió en toda su estatura, cerró los ojos, inspiró profundamente y ejecutó un movimiento maestro; un vaivén de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, sentido y vigoroso. Durante una fracción de segundo, bellos arabescos de sangre flotaron en el aire.
Lavó con reverencia aquel fino acero tan agradable en la mano. De espaldas a la silla donde estaba atado aquel histérico con el que ya no tenía ningún tema a tratar, lo oyó descubrir a puro grito como era eso de la ceguera.
Con una mezcla de alegría y tristeza, Serro fue por fin consciente de la terrible injusticia que había cometido consigo mismo; él no era un sicario más, él era un contrabajista de nivel mundial.
Staccatissimo marcato (Imanol Quero)
