El miedo a volar lo paralizaba y echó mano de su fórmula infalible: Cóctel de whisky y somnífero. Su último recuerdo antes de despegar y caer en brazos de Morfeo fue el de unos bellos ojos color del cielo y unas delicadas manos que le apretaban la cintura. Tras unos minutos de inconsciencia se encontró volando sobre una alfombra mágica acompañado de la dueña de aquellos ojos; visibles por encima del velo que cubría su rostro. El cielo se fue tornando oscuro. Sintió cómo pequeñas gotas le mojaban su rostro. Los truenos, aún de lejos, le hacían vibrar de inquietud. El viento le confería a la alfombra una vida propia y cientos de pájaros aparecieron aleteándole los hombros y la cara. La fuerte tormenta desató una tromba de agua que le hizo despertar súbitamente. Unos ojos azules lo miraban desafiantes sosteniendo un vaso vacío en alto que aún goteaba.
-¡Por favor caballero! Duerma y ronque usted hacia el otro lado, que me está llenando de babas… ¡Que barbaridad!