Él observó a las dos hermanas tumbadas al sol y rió al pensar que había hecho el amor con ambas. Pretendía seguir con el juego hasta que se destapase por sí mismo, qué podía pasar de malo. De hecho, en cuanto superase la extraña somnolencia que sentía, se levantaría, rozaría el brazo de la hermana más joven y con un pícaro gesto la invitaría a su habitación. Se había decidido por la más joven, la misma que le había traído el refrescante zumo hasta la tumbona. Solamente tenía que espabilarse un poco, vencer el sopor y levantar los párpados que pesaban como losas. Y entonces subiría a la habitación con la más joven, y no con la hermana mayor, pese a que tan amablemente se ofreciese a acercarse hasta el bar del hotel a pedir su zumo, que finalmente y a saber por qué, trajera la hermana menor.
Somnolencia (Esperanza Manzanera Ferrándiz)
