Acabado el turno, llega el mejor momento: el desayuno con los compañeros. Nos echamos unas risas liberando tensión y hablando de los temas más inverosímiles, solo para manifestar el aprecio que nos tenemos. Luego, el ritual del aseo. Te duchas y no solo eliminas el sudor, sino el olor a hospital, a enfermedad, a muerte en algún caso. Lavas la prepotencia y desden con que te tratan otros especialistas, arrancas de bajo la piel la incertidumbre en el diagnóstico, limas la ansiedad transmitida del paciente y al secarte, incluyes las lágrimas no derramadas. Aplicando ungüentos a tus heridas, las más profundas, las del alma, y, echándote perfume, vas ahuyentando los malos espíritus que te acechan. Te vistes con el traje de persona normal, con el que viniste a trabajar. Conduces el coche hasta casa, tu hogar, tu refugio. Al atravesar la puerta ya se ha olvidado todo, los niños ríen, te abrazan, hay fiesta porque mamá está en casa. En ese momento la vida es perfecta.
Solo es trabajo (María José Mas Gutiérrez )
