Se negó a comer, en cambio prefirió pasearse entre las palmeras y saborear con los pies descalzos la textura fina de la arena. En realidad no debió tener mucha hambre; aunque se excusó en la apariencia rustica y el aroma salobre del guisado elaborado por su abuelo (nada que ver con la comida de casa, donde ya fuese su abuela o su madre hacían un manjar del platillo más sencillo). Como fuese, su estómago no le reclamó con exigencia la falta de alimento el resto del día y el viejo no se mostró dispuesto a insistirle – Ya comerás cuando te apriete el hambre – pensó para sí, poseedor de la experiencia de un hombre del campo.
Al día siguiente, encontró al anciano atareado calentando café sobre una fogata – ¿Desayunas? – Le preguntó, el joven asintió. Le sirvió café en un pocillo y luego una tortilla recién pasada por el fuego – ¿Tortilla? – Gruñó el muchacho – ¡Sola no me gusta! –
Sin inmutarse, el hombre puso otra tortilla sobre la primera y se la entregó – ¡Toma!, ya está acompañada-.
Sola o acompañada (Flogadio Madoro)
