El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. Dejó su cigarro encendido sobre el césped de la mansión donde vivía la mujer, sueca o finlandesa, a quien quería conquistar. A los cinco minutos empezaron las llamaradas. Cinco dotaciones de bomberos no bastaron para exterminar aquel fuego fatuo que hacía círculos naranjas queriendo tocar el cielo. El hombre, antiguo mendigo de la avenida de las palmeras, caminó despacio dejando una estela fantasmal, como un sol de medianoche. La mujer, antigua integrante del Parlamento, corrió presurosa para salvarse de aquella hoguera. A los diez minutos se inició una guerra inexplicable. En medio de las llamas, la lucha. El hombre y la mujer, suecos o finlandeses que no hablaban español, comenzaron a cantar en una lengua desconocida al encontrarse en la galería de los sueños. Pero era tarde para equilibrar las diferencias. Entonces quemaron los papeles y los anillos y comenzó el esperado Apocalipsis, el definitivo.
El sol de medianoche (Alicia Giordanino)
