En aquel baile de disfraces, cuando la noche nos sorprendió en una orgía de cuerpos desnudos sin nombre, una diosa con antifaz me invitó a su boca.
Perdidos entre fluidos, una presión extraña en el estómago hizo que sintiera curiosidad por descubrir su rostro y violando el ritual levanté su máscara…
Años atrás ella necesitó nueve meses para expulsarme y liberar su vientre. Yo sólo unos minutos para reconocerla desde el vacío de mi cordón umbilical y fecundar su último aliento.
Siguiendo el ejemplo que me enseñó al nacer, abandoné su cuerpo en la oquedad oscura de un callejón.
Igual que entonces ella, sin remordimiento ni dolor.