Disparé a mujeres inermes desde tan cerca que pude oler la piel quemada y sentir el alma liberarse de la prisión del cuerpo.
Manché mis manos en las entrañas de bravos hombrecillos que aguantaron mi mirada y la visión del abismo sin temor alguno.
Desollé la inocencia y la humanidad de muchachas que por edad podrían haberme llamado padre y no cariño.
Bailé, junto a otros demonios como yo, ante inmensas hogueras aloques que calcinaban el paisaje esmeralda y se tragaban el sol con su humo grasiento. El día se tornó la noche más oscura y yo danzaba, eufórico y borracho de poder, de muerte y de miedo, abotargado por el destilado de adormidera.
Reventé los cuerpos infantiles de manera que la única forma que hubo de saber cuántos murieron fue pesando los despojos. ¿Cómo iba a saber yo que ese túnel era un refugio y no una trampa?
La voz de su nieto desvaneció los recuerdos y el anciano regresó al presente.
—Abuelo, dime, ¿cómo fue Vietnam, qué hiciste allí?
El viejo soldado lloró en silencio.
En silencio (So Blonde)
