Cuando salió de su casa le estaba esperando. Tom Smith iba cantando alguna canción mientras agitaba las llaves al ritmo de su música imaginaria. Se metió en su coche y marchó al trabajo.
En la ferretería Madison´s, compré cinta adhesiva y tres metros de soga.
Almorcé un sándwich precocinado y una cerveza, aunque la verdad, no tenía hambre.
Por la tarde, cuando salió de su oficina, me dirigí a su vivienda tomando un atajo. Así me anticipé a su llegada y le esperé agazapado entre unos setos.
Al abrir la puerta de su casa, salté sobre él como un rayo hundiéndole la pistola en las costillas.
Luego le amordacé, le até las manos, deslicé por su cuello el nudo corredizo que había hecho con tanto esmero y pasé la soga por el gancho de la lámpara.
Finalmente tiré de ella hasta dejarlo suspendido en el aire por el cuello, sujetándola con mis propias manos. Y vi como se le escapó el orín cuando se le apagaba el brillo de sus ojos.
Así fue como maté al violador y asesino, de mi mujer y mi hija.
Sentencia de muerte (Manuel Jesús Segado-Uceda)
