Ojalá la luz dándote desde el otro lado de mi persiana. Y mis dedos en el aire en un desesperado intento de tapar los agujeros suficientes para que nunca te des cuenta de que ya es de día. Que pasen diecinueve y para nosotros siga siendo la primera noche de quinientas. De esas que te tengo tan cerca que no puedo no tocarte. Tan encima que me torno Atlas, sosteniendo el frágil peso del mundo sobre mi cuerpo.
Todavía estoy reuniendo valor para no escribirte entera una gramola de canciones con las que bailarle el agua a tus ojos, y que no me los quites de encima. Porque le he cogido el gusto, incluso, a tu manía de venir a devorarme las entrañas y marcharte hasta otro día. Que si tú hubieras sido el águila, nadie se hubiera atrevido a llamar castigo a lo de Prometeo.