Sus ojos se posaron en mí al tiempo que todo mi mundo se detenía. Contuve la respiración y me perdí por completo.
Me perdí de esa forma en la que sabes que nunca vas a volver a encontrarte. Sí, de esa forma en la que algo se rompe y sabes que nunca volverá a ser como antes. Al fin y al cabo, de la única forma en la que una persona merece perderse, sin previo aviso, a toda velocidad y para siempre.
Aquellos ojos reflejaban un mar de inocencia que me despertó por dentro. Me acerqué y lo contemplé, despacio y con calma, como quien observa una obra de arte.
Miré rápidamente a la habitación del hospital, a mi mujer en la cama, sonriéndome, y al volver a posar los ojos sobre mí bebé pude contemplar la mezcla perfecta de sus rasgos propios y los de su madre.
Sus oscuros ojos estaban posados en mí, y fue en ese momento cuando descubrí que todo lo que necesitaría durante el resto de mi vida sería poder llegar a casa y perderme para no encontrarme nunca dentro de esos ojos negros.
Durante el resto de mi vida (Ana Sara Montero)
