A veces partiría pintalabios a mordiscos y pintaría corazones con la boca de esos con venas y arterias e hilillos de grasa. A ver si de verdad palpitan. Y les diría a los niños que no se imaginan a cuántas personas van a tener que olvidar para que ese corazón todavía palpite; ni cuántas veces deberán desobedecer a sus padres, y a ese señor con levita, para que ese corazón todavía palpite; ni cuántas veces se verán deprimidos en el metro, con un tupper en el regazo y la mente a miles de kilómetros, para que ese corazón todavía palpite. Les diría tantas cosas. Les diría que corran, que salten, que follen y vivan entre los animales. Porque aquí llega un momento en el que alguien te dice que el juego se ha terminado. Que ya está bien eso de experimentar con el sueño que llamamos vida. Que qué quieres ser de mayor. Como si no fuésemos cada día: en los otros, en el reflejo de sus dientes-sonrisa, en sus gemidos mañaneros. Como si no hubiésemos sido miles de veces y muerto otras tantas miles.
Renacidos (Patricia Martínez)
