Y volvió a ponerse el reloj que le daba las horas. El que le guiaba en sus noches oscuras y días nublados. Volvió a ponerse el reloj del tiempo, el de la vida, el de la esperanza. Y lo miraba sin cesar disfrutando de cada minuto, del pasado, del presente y del futuro. Ya no le tenía miedo, al revés, ahora lo adoraba y solía disfrutar del movimiento de sus dulces manecillas. Ahora merecía la pena vivir, ahora merecía la pena amar, ahora, había llegado su hora.
El reloj (Catherine Luisa Isaacs Abril)
