Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar –le dijo, moribundo, a su mujer. Y llegado el momento, su mujer se acordó. Salió del crematorio con la urna entre los brazos, se acercó al puerto, y vació su contenido en el agua sin pararse en ceremonias. Después arrojó la urna en el primer contenedor que encontró en su camino de vuelta. A su espalda, decenas de peces devoraban aquellas cenizas con avidez, sobre todo una hermosa merluza que llenó su estómago, y que un par de días después lucía brillante y fresca en la pescadería del barrio. La mujer la encontró irresistible, y como ahora podía permitírselo la compró entera, y la cocinó en salsa verde para sus hijos.
Todos notaron un ligero regusto amargo en la merluza, pero solo a ella se le paralizó la mandíbula al notar, entre las patatas y el perejil, el inconfundible sabor de la cicuta.
Regusto amargo (Javier Regalado Herrero)
