Me miro al espejo por las mañanas y no veo más que un saco enorme de carne y huesos, de ojos legañosos y pelo alborotado.
Mucho que envidiar y poco que ofrecer. Soy de ese tipo de personas que cuando se mira al espejo no le gusta lo que ve y no tiene la voluntad necesaria para cambiarlo. Personas como yo degradadas en esta sociedad por haber haber sido cortadas por un patrón diferente.
Comentarios como: «Qué gorda estás» o «mira la foca esa» han ido destruyendo mi autoestima desde pequeña.
Mi esperanza por encontrar a un sólo ser humano que viera más allá de mi armadura de hierro oxidado se había extinguido. Y un buen día apareciste tú, rompiendo mi armadura y dejando ver a una chica tímida, reservada y asustada del mundo que tan mal la había tratado. Me tendiste tu mano con una sonrisa que iluminó mi oscuridad, la mía se acercó poco a poco y me ayudaste a salir y cuando estuve a punto de derrumbarme me abrazaste y al oído me susurraste «no soy como los demás» y rompí a llorar.
Reflejo apagado (Gova Lesc)
