Lord Barrymore y su hijo se rencontraban nuevamente, tras más de doce años sin verse. Reposando en el salón junto a la calidez del fuego y de un buen brandy de jerez en el salón de la mansión familiar.
El hijo del lord, parecía haber asentado la cabeza, de ser la oveja negra de la familia y de ser l’enfant terrible de la recatada Londres victoriana, ahora volvía hecho todo un hombre, en un empresario de éxito, cuyas botellas de brandy se exportaban por el mundo entero. Había llegado la hora de la redención. La hora de otorgar el perdón a su vástago heredero.
La abombada copa cayó en la alfombra persa derramando las últimas gotas del valorado licor jerezano. Los estertores y espumarajos del viejo Barrymore fueron sus últimas acciones en este mundo mientras una burlona sonrisa se formaba en el rostro del nuevo Lord Barrymore.