A los postres, dos púgiles se miraban a pesar de seguir ciegos. Una venda en los ojos: el ego que otros han construido; una cuerda en las manos: la que les ataba a aquellas sillas donde el flexo intenso los señalaba.
Solo la lengua los acusaba connotativamente generando millones de tabúes que, en lo más oscuro de su alma, querían abandonar Narnia. Se levantaron de la mesa sin que nadie los viera, siguieron siendo sombras en una sociedad en la que nunca se acaba la tormenta.
Se fueron sin tocarse. Se alejaron con la mansedumbre de aquel que no es reconocido más allá del espejo, que declara que la vida te destruye cuando tu estilo casual resulta truculento más allá del los treinta.
Sin embargo, al llegar a su escondite, una guerra de sollozos, abrazada a la oscuridad de una noche simulada, abrió las puertas del infierno. El fuego escapó de su silencio y una lucha de fuerzas abrió paso al pecado para que, sin tabú, la lengua dijera: solo son dos púgiles que ahora luchan y se miran.
Púgiles contra el espejo (Elena Beatriz Flores Gómez)

El texto, denota una gran agilidad mental y una estupenda capacidad literaria
gracias por el comentario, me alegro de que le guste