Camus, en La Caída…se apartó las gafas y sorbió el zumo de limón.
“¡Asqueroso! Nada, el limón. Llego tarde.”
Colgó.
Camus, en La Caída decía, me pone nervioso, ella, abrió la puerta, esa condescendencia suya, esa mirada, decía que el privilegio de…bajó un escalón, ¡ella! Camus, en La Caída dijo que el privilegio de los grandes animales era, ¡su horrorosa delgadez!, sonrió, de repente se acordó: la alargada barba de Muybridge, ¡maldita!, quería una barba, ¡no quiero que llame más!, una barba. Camus, en La Caída dijo, sudaré, que el privilegio de los grandes animales era, este tiempo cambiante, ser muy dueños de…ni amor ni, nada de amor, unas natillas fresquitas. Camus, en La Caída, bajó, fresquitas, ¡maldita!, no me gusta sudar, dijo, ya no le cogeré el teléfono. Camus, en La Caída, salió del portal, dijo, se preguntó si sería lo adecuado, ser muy dueños de, y en la calle, no volvería a verla, dijo que el privilegio de los grandes animales era ser muy dueños…tropezó, de su estado de humor.
El privilegio de los grandes animales (Almudena Ramírez-Pantanella)
