El ambiente se hallaba excesivamente cargado. Las volutas, de humo azulado, trataban de difuminarse en la estancia, mientras el hedor a sudor, humo y alcohol, contribuían decisivamente a enrarecer el lugar. Distinguíase, por encima del ruido, algunas risas, chanzas, tintineo de vasos y bella música flotando sin control aparente… en un extremo de la claustrofóbica habitación, que no obstante era amplia, un tipo bien parecido, vestido con un impecable esmoquin, manos finas y largos dedos, tocaba un piano blanco de cola. Ora posaba sus dedos sobre las teclas como lo haría sobre el cuerpo de una mujer, ora lo hacía con brutal violencia como si pretendiese acabar con su peor enemigo, ora llevaba suavemente una copa a sus labios y bebía febrilmente. En su rostro, sudor y lágrimas, pero también se intuía recuerdos, tristeza y melancolía… infinita e inmensa melancolía.
El pianista (Luis Molina Aguirre)
