Esperaba impaciente la salida de su hijo del colegio. Hacía dos semanas que no le veía y aquel fin de semana había hecho planes muy especiales con él.
Los escolares comenzaron a salir eufóricos, corriendo, gritando. Por fin había llegado el tan ansiado fin de semana. Abrazaban felices a sus padres. Cargados con sus mochilas, la algarabía era música para sus oídos.
Poco a poco el colegio comenzó a quedar vacío. ¿Dónde estaba su hijo? Todas las alarmas saltaron dentro de su cabeza y corrió al interior del colegio. Todo a su alrededor comenzó a girar cuando le comunicaron que su hijo había sido dado de baja hacía una semana.
Al menos una veintena de llamadas a Rebeca y siempre el mismo mensaje: “El teléfono está apagado…”. Notó cómo su corazón dejaba de latir, opresión en el pecho y cayó a plomo al suelo. El infarto fue fulminante.
Al momento, a unos doscientos kilómetros de distancia, el corazón de un niño también se saltó un latido mientras una única lágrima resbalaba por su mejilla.