Lo considero imperdonable.
Gracias a mi dejó de ser una sombra en la oscuridad.
¡Y ahora me excluye! Se considera lo suficientemente hombre como para arreglarse por su cuenta en esa casa a la que lo conduje a sabiendas del peligro que corría.
Pensándolo bien, yo soy el culpable. De un tipo del montón, de esos seres sin existencia propia, construí un personaje.
Pensé que con destacar su falta de carácter, sus temores y dudas, sería suficiente para que me considerara imprescindible.
Lo fui al principio. Pero una vez que entró en la casa y me cerró la puerta en la cara, sentí que lo había perdido para siempre.
Una pregunta absurda me impidió dormir bien esa noche. ¿Cuál es la diferencia entre “nadie es imprescindible” y “todos somos prescindibles”?
Amanecía. Mientras bebía un café tomé conciencia de un “detalle” que se me había pasado por alto. El final – su final – me pertenecía.
No me preocupé por imaginar lo que ocurrió en la casa. Sólo decidí que no saldría vivo.
El personaje (Juan Gaudenzi)
