Mi hermana y yo compartíamos dormitorio, sus estanterías llenas de libros infantiles y su baúl repleto de disfraces. Allí narrábamos nuestros juegos de fantasía, en los que utilizábamos el imperfecto fabulador para narrarnos.
—Yo era la princesa más hermosa —decía yo.
Sin embargo, cuando la malvada madrastra me inoculaba el veneno de su venganza, y yo yacía desmadejada y con los ojos cerrados, era el presente el que constataba la tragedia.
—Estoy muerta.
Por ese motivo, que para ti no será más que una nadería de niñas, permíteme que ahora que he vuelto a la que siempre ha sido mi casa evoque nuestra relación perdida como un pasado imperfecto, un pasado envenenado que enunciaré con dos palabras:
—Estaba muerta.
Y para celebrar que no ha sido así, que las marcas en mi cuerpo y en mi alma no tienen ya sustancia de tragedia, deja que viva en presente mi prometedor futuro.
—Soy la princesa más hermosa.
Y al cuerno con todos los falsos príncipes.
Pasado imperfecto (Santiago Eximeno)
