Nadie comprendió que el mejor guardiamarina peticionase al almirantazgo la baja. Pero yo, Páter Fúlmar, era el capellán del buque escuela, además de su director espiritual, y sí que advertí su emoción ante los faros y cómo se obsesionó con un enclave de ensueño.
Hace poco me mandó una carta, con cuyas instrucciones llegué en el plenilunio de julio, hasta este palafito sobre las ciénagas más extraviadas.
Pinta cuadros de faros. Cada vez que la luna disfruta su cenit y se refleja en la pantanosa laguna que lame los pilares de su cabaña aérea, se alarga una luz rectangular del reflejo al astro real, y aparece un faro diferente según la ocasión ¡y auténtico!, para su espíritu torrero.
Pero el mayor poder lo adquiere cuando la imagen lunar del agua de su marisma, excepcionalmente se fragmenta y unas pavesas enigmáticas ascienden creando constelaciones, por las que me dice que en su momento será navarca eterno.
La orientación que al fin prendió en él, no se logra en las academias navales.
Paludícola ( Nekyelus Wawrila)
