Los frágiles tobillos rotos de acarrear el agónico peso de lo mundano en mi cuerpo. Sólo Edipo entiende la angustia de andar a favor del destino como si fuera en contra del viento. Caminante, finge que te adivinas en tus pasos; que, hasta hoy, yo también soy uno de los cientos de pájaros a los que he negado el vuelo. El enigma siempre es el miedo a que mi libertad no consiga emprenderlo y la respuesta renace cuando las alas sacuden la ceniza de mi cuerpo.
Cada puerta entreabierta no es más que un portazo con el que pillarme los dedos, e hincharse nunca llenó el vacío de henchirse. Una vez castigado el índice, ¿quién me acusará de no ocupar el sitio que siempre pido que me guarden? Como si no fuera ya un secreto a voces. Como si no lo diera todo por sentado mientras haya alguien más que me siga sintiendo.