Federico lleva diez minutos frente al espejo con la corbata en la mano. Desde que se jubiló ha ido a menos y en los últimos meses me he percatado de que sus despistes van a más. Yo, con la excusa de darle un beso de buenos días, me acerco y le hago el nudo Windsor que tanto le gusta y ya no recuerda hacer mientras le digo cuanto le quiero. Hoy, sin que se diera cuenta, le he metido en el bolsillo de la chaqueta una tarjeta con la dirección y el teléfono de casa.
El nudo windsor (Jesús Coronado)
