Ciudad. Acorralado en una esquina por una navaja tras la cual oculta el nerviosismo un joven sin infancia. Recuerda 65 años antes con una noche igual como testigo, huyendo entre las ruinas del cortijo bombardeado días atrás. Se ocultó arriba y oyó a la muerte subiendo sigilosa. Como hoy, no se abandonó a la deriva y el amanecer del sol por las ventanas cegó a los fascistas, que murieron sin saborear la hiel del miedo. Va al hospital a la quimio, no importan ya las navajas ni los amaneceres.
Navajas (Juan Jacobo Ocaña Haro)
