Todo tenía que estar perfecto. Cocinó durante toda la tarde su plato favorito, alternando los tiempos de cocción con unos tragos del mejor vino que encontró en la casa. No lo apuró hasta el final porque quería que él lo probara, como si de un beso Gran Reserva se tratase. Lavó los platos y los ordenó escrupulosamente. Nadie, ni siquiera él, iba a echarle en cara nunca más que era la más desordenada de las mujeres. Limpió el suelo de la cocina, el baño, se puso su mejor ropa interior, se pintó los labios y, sonriendo, un lunar cerca de su boca. Todo tenía que quedar perfecto. La idea es que nadie tuviese que recoger ni un mínimo papel del suelo. Tan solo dejar las cosas como estaban. Así. Perfectas. El asado sobre la mesa, las copas de vino llenas, la música suave, los cojines en su sitio. Cuando se aseguró de que todo estaba donde debía estar tomó la pistola entre sus manos y se detuvo un segundo… ‘Lástima… la alfombra’, pensó, ‘algo tendrá que limpiar de todos modos…’
Nada es perfecto (Marta de la Aldea Domínguez)
