Joven, tez oscura, cabello ensortijado, finos labios y enormes ojos negros que desprendían cierta melancolía. Sus largos dedos se afanaban en estirar, comprimir y cortar con destreza las venosas hojas de tabaco. Aquella «torcedora» cubana enrollaba la tripa con el capote hasta conseguir aromáticos puros habanos. De aquellas delicadas manos femeninas partía tan apreciado producto.
*»¿Cómo te llamas?»
– «Soy Magdalena», respondió, «como la pecadora redimida por Jesucristo, pero mis padres nunca reconocieron que me trajeron al mundo con el género equivocado. Quizá usted conozca algún doctor que realice la intervención que yo preciso?»
*»No, no, lo siento», sólo logré balbucear.
Nada es lo que parece (Miguel Angel)
