Todo le resultaba ajeno desde lo alto. Había llovido sin tregua en las últimas semanas y todo estaba anegado. La yegua rescató a su potro de aquella trampa fangosa, obligándolo a moverse a terrenos más firmes, mientras ella quedaba atrapada por su propio peso. Él contempló impávido la agonía de la bestia. Presenció su lucha inútil para mantenerse a flote y escapar de la muerte. Cuando desaparecieron las burbujas desplegó una soga para descender del árbol y volver a casa. Años después publicaron su foto con grandes titulares de prensa. Murió encadenado a un buque para impedir la cacería de ballenas en el ártico.
¿Para qué moverse? (Mónica Giraldo Restrepo)
