Me empeñé en hacer de Rayo un fiero guardián, una bestia que disuadiera a todo el que se acercara a casa con malas intenciones. Me empapé de vídeos sobre el tema, pregunté a especialistas en adiestramiento –los cuales ya me advirtieron de la enorme dificultad que entrañaba– y me informé de todo lo necesario para conseguir llevar a cabo mis planes. Cuando hube aprendido lo suficiente, diseñé un riguroso programa de entrenamiento específico con el objetivo de hacer de él un muro infranqueable y amedrentador. Durante semanas lo sometí a severas sesiones que nos ponían a ambos a prueba. Llegué incluso a comprarle uno de esos collares de pinchos para que ofreciera un aspecto más agresivo. Pero todo fue inútil, un fracaso absoluto. Un desperdicio de tiempo y dinero. Ahora los ladrones campan a sus anchas por casa mientras Rayo –mi perezoso– mansamente abrazado al tronco de uno de los árboles del jardín, los mira pasar con su cara de peluche soñoliento y bonachón.
Misión Imposible (José Martínez Moreno)
