De pequeña era muy asustadiza, distintos miedos me atenazaban, me angustiaban y me quitaban el sueño. Uno de mis peores temores se hallaba bajo mi cama. Cuando me iba a dormir, cuidaba mucho de colgar un brazo o una pierna fuera de los límites de mi colchón, pues pensaba que debajo acechaba un ser maligno que arrancaría y devoraría mi extremidad sin piedad. Solía esconderme entre las sábanas y protegerme con mis mantas, lo que me hacía sufrir las noches de calor.
Con el tiempo, como es natural, superé este miedo visceral a lo que se ocultaba bajo mi lecho. Duermo tranquila desde que una noche decidí colocar un plato con carne fresca debajo de la cama antes de acostarme. Por las mañanas compruebo que las ansias de mis monstruos quedan saciadas y mi cuerpo ya no corre peligro.
Miedos infantiles (Erminda Pérez Gil)
