Cuando aquel insecto se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró convertido en un monstruoso espanto. Estaba tumbado en su nido sobre su espalda blanda, sin caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, lechoso, en cuyo centro se arremolinaban escasos pelos. De sus muchas patas, solo quedaban cuatro, ridículamente largas en comparación con el resto, agitándose sin concierto.
-Dios mío, ¿y si siguiese durmiendo y me olvidase de todas estas pesadillas?
Metamorfosis (Fernanda Rodríguez Briz)
